Cuando un católico se enamora. 8 situaciones descabelladas que todos hemos vivido
¡Qué levante la mano quien no se haya enamorado nunca! Estoy seguro que se escuchan grillos. Todos nos hemos enamorado y sabemos lo lindo que es y lo rico que se siente experimentar el amor hacia otra persona. Católicos y no católicos nos enamoramos, hacemos locuras por amor, brota en nosotros un héroe valiente y que bordea la imprudencia, que se anima a cualquier tipo de aventura con tal de ganar el corazón de la persona deseada.
Te invito a retroceder en el tiempo y revisar en tu corazón los archivos guardados de aquellos momentos en que quedaste encandilado por una persona que se robó tu corazón sin haberte dicho una sola palabra (incluso sin saber de tu existencia) y mires cómo es que un católico va reaccionando a medida que se enamora. ¿Será que el amor a Dios nos pone sobre la mesa consideraciones que tal vez sin Él no tendríamos?
1. Todo es felicidad absoluta
¿Han visto a alguien más feliz que un muchacho enamorado? Ni siquiera es necesario que el amor sea correspondido, uno simplemente con el hecho de amar, ya camina sobre las nubes. Aunque muchas veces tormentoso, sufrido y en secreto, sabemos que todas las canciones que suenan en la radio hablan de lo que uno siente, todas las películas narran la historia que uno mismo quisiera vivir con esa persona. Todo es inspirador y apasionante.
2. Nos cuestionamos la vocación 😉 ¿Es en serio?
Todo católico que se ha tomado en serio su fe, sí o sí se ha preguntado a qué vocación has sido llamado por Dios. Y esta idea se hace concreta cuando te enamoras de alguien. ¿De verdad estoy llamado al matrimonio? Y no pocas veces al estar enamorados le hemos pedido a Dios: Por favor no me llames a consagrado! (jajajaja). Bromas aparte, todo esto muy normal y esperado dentro del camino de discernimiento que todos vamos recorriendo, pero cuando aparece “esa persona” en tu vida, los cimientos tiemblan y las rodillas también. Tranquilo con eso. Es lindo el impulso vocacional que provoca el amor, ya sea hacia otra persona o hacia Dios, pero en este caso, el tener cerca a aquella persona que nos hace suspirar, nos obliga a la pregunta vocacional en serio.
3. Esperamos un poco, no nos lanzamos a la primera
Me ha tocado compartir con jóvenes matrimonios y parejas de novios, que al sentirse atraídos por otra persona, no se atreven a dar el primer paso si es que no están seguros de que la cosa pudiera ir en serio. Para los cristianos, comenzar un noviazgo no es una actividad recreativa, sino que un camino de descubrimiento vocacional y sobre todo de respeto y reverencia hacia el otro. Es por eso que no se trata de “ensayo y error” en cuanto a las relaciones de pareja. Abrir el corazón y atreverse a amar, es un ejercicio de entrega sincera, no un experimento social para ir tanteando terreno.
Seguro recuerdas esas primeras citas de “amigos”, en donde los dos sabíamos que era para “algo más” pero ninguno se atrevía a dar el paso por temor a quedar en evidencia. Cuán provechosas han sido esas conversaciones hasta altas horas de la noche (quizás en estos días sean por whatsapp), donde papá nos llamaba la atención por usar tanto tiempo el teléfono o demorar más de media hora en despedirme de mi “amiga” en la puerta. Todo ese tiempo de amistad invertido en conocerse, nos sirvió para entender quién es esta persona de la que me enamoré, qué le gusta, qué hace, averiguar si tiene fe y todo ese tipo de cosas tan importantes para construir una relación.
Hoy pienso en la cara de embobado que seguro tenía cuando la escuchaba hablar de cosas que sinceramente, para mi no eran tan interesantes, pero por el solo hecho de ser sus historias, eran la mejor historia que podría escuchar. Es sabio tomarse este tiempo y revisar que la piscina tenga agua antes de lanzarse de bombita, pero tampoco se trata de ser menso, si llevas un año enamorado de alguien, por favor ve y dile.
4. Rezamos por quien amamos
He sido testigo con mucha alegría, de jóvenes que hacen reales cruzadas de oración y guerra espiritual en beneficio de su amada o amado. Lo lindo es que los beneficiarios de esa oración, muchas veces no tienen idea de lo que están haciendo por ellos. Un chico cercano a mi, muy enamorado de una niña que realmente no estaba interesada en él, no se rindió ante el portazo en la cara, y luego de probar con flores, chocolates y peluches comenzó a orar por ella, pero cuando digo orar era en serio. Apasionado, y convencido rezaba a diario por ella, pues decía: «Ya que no puedo amarla en persona, me encargaré de que Dios cuide de ella como yo no puedo hacerlo».Seguro si le decía eso a la muchacha, caía derretida a sus pies.
Es así como muchos de nosotros (en realidad hablo por mi jajaja) nos hemos visto formulando oraciones que ni siquiera nos atrevemos a hacer en beneficio propio, pero el amor nos mueve a pedirle cosas a Dios por el bienestar de esa persona. Nos preocupan los detalles dentro de su día. Cosas como que pueda dormir bien, que el pan esté rico en la mañana, que su jefe no ande de malas y así, pedimos por ella o él, para que esté bien, no solo como un ejercicio interesado, sino porque amando buscamos y deseamos lo mejor, y sabemos que solo Dios puede darle eso.
5. No nos quedamos en que nos gustamos. Nos lanzamos a descubrir a esa persona
El Papa Francisco en su exhortación apostólica «Amoris Laetitia» nos explica que «el problema es que el deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas cosas, se evita discrepar y así solo se patean las dificultades para adelante» (A.L., 209).
Me encanta ver como las chicas, de un momento a otro se vuelven fanáticas del fútbol y son capaces de pasar toda la mañana de un domingo paradas al sol o al frío al borde de una cancha mientras su enamorado corre detrás de la pelotita. En la vereda del frente, es fascinante ver como los caballeros pasean cargados con bolsas y abrumados por la espera y la notable falta de decisión de la amada al momento de escoger una prenda de ropa o para elegir qué tipo de mermelada light comerá al desayuno.
No solo averiguar cuál es su comida favorita o qué música escucha, sino que hacer camino previo juntos para que su mundo sea mi propio mundo también (pues sabemos que por muy linda que sea la muchacha, si no estamos de acuerdo en cosas fundamentales de la vida, no hay relación que aguante). Al mismo tiempo, sabemos cuán difícil es sostener una relación, cuando hay diferencias en cuanto a la fe y su forma de vivirla. Y como dice el Papa Francisco «el amor es artesanal» (A.L., 221), por lo tanto el ir construyéndolo juntos es mucho más que sentirse atraído y enamorados mutuamente. Ustedes: ¿qué cosa comenzaron a hacer por acompañar y conocer el mundo del amado(a)?
6. Pedimos consejo. Buscamos ayuda y opiniones
El amor es cosa de dos, pero la vida de fe es cosa comunitaria. Por eso cuando nos sentimos enamorados de alguien, lo compartimos con nuestros hermanos cercanos o quienes nos acompañan espiritualmente, pues el amor es parte fundamental en la vida de fe. Uno quiere que le digan que sí, que lo animen, que es buena idea y que no hay nadie mejor para mí. Además las estrategias de conquista uno las piensa mucho, las analiza, las reza y las vuelve a revisar. Tener a alguien cerca para compartir eso, es un gran alivio.
Pero el amor nos hace pedir consejos a medias, pues no aceptamos todo tipo de respuestas. Yo estuve enamorado de una chica que a toda vista no era conveniente. Pedí consejo y lo conversé con unos amigos, todos me decían que era un error, pero yo estaba tan encandilado que seguí mi plan. Obviamente me equivoqué. Esto del discernimiento, es un invento de Dios que nos trae muchos dolores de cabeza y no creo que en el mediano plazo Dios se abra una cuenta de Facebook o comience a usar mails para explicarnos su voluntad, por lo que para comprender qué es lo que Dios espera de nosotros y qué es lo que nos ha preparado, tenemos que hacer el camino con calma y buena letra.
7. Nos distraemos, tropezamos y hacemos todo al revés
Dar una vuelta extra antes de lanzarnos en busca del amor con valentía, tenemos más tiempo para cometer torpezas, andar distraídos y caminar sobre las nubes. Es lindo amar, uno se pone feliz pero al mismo tiempo la experiencia lo aturde un poco a uno.
El reconocido escritor católico G. K. Chesterton, habiéndose comprometido con la que iba a ser su esposa, le escribe una carta a una amiga, para contarle su alegría por el acontecimiento. Lo que narra, aunque es de comienzos del siglo XX, nos hace sentido profundamente. Una persona enamorada, es torpe y distraída. Lo ha sido históricamente y lo seguirá siendo.
Querida Mildred:Al levantarme esta mañana, lavé cuidadosamente mis botas con agua caliente y embetuné mi cara. Luego, poniéndome el chaqué con grácil facilidad y los faldones delante, bajé a desayunar y alegremente vertí el café sobre las sardinas y puse el sombrero a cocer en el fuego. Estas actividades le darán una idea de mi estado de ánimo. Mi familia, viéndome salir de la casa por la chimenea y llevarme la rejilla del guardafuegos bajo el brazo, pensaron que alguna cosa preocupaba mi espíritu. Y era cierto. Amiga mía, estoy comprometido. Solo lo digo ahora a mis verdaderos amigos, pero no cabe duda de ello. La pregunta que surge en seguida es: ¿con quién estoy comprometido? He estudiado el problema con gran atención y, por lo que puedo ver, las mejores autoridades indican a Frances Blogg. No creo que exista ninguna duda razonable de que ella es la dama. Es mejor tener ideas claras sobre estas cuestiones secundarias.
8. Buscamos ordenar nuestra vida, limpiar nuestros papeles
No se trata de vender una linda apariencia espiritual y moral, sino que de verdad, para muchos es una necesidad natural el ordenar la vida para que, cuando llegue el momento de tener una relación de pareja con aquella persona, no tengamos cosas de que avergonzarnos o que le incomoden. Tal como predica el reconocido actor Eduardo Verástegui, el guardarse en castidad para la persona que probablemente aún ni conoces, es una forma de vivir la fidelidad. Entonces, aunque no lo digan, muchos dan la batalla contra la pornografía y la masturbación; otros intentan dejar el cigarro, hacer ejercicio, subir las calificaciones de la escuela, andar más peinados y obviamente, los católicos ordenamos nuestra vida de fe, pues sabemos que no solo lo estético es parte nuestros “encantos”, sino que también lo que tenemos en nuestro corazón.
En resumen, cuando un católico se enamora, la vida toma un color diferente, el amor se vive desde un sentido más profundo y apasionado, acomodamos el corazón para amar bien, para hacer bien al otro con nuestro amor, aunque en el camino, hagamos algunas veces el loco y se hagan visibles nuestras fragilidades.
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